El dinero, al ser un tema particularmente complejo en el arte, desestabiliza la división entre el valor cultural y el económico. También alude al sentimiento común de que el arte es un producto de lujo y de élite, lo que es en parte cierto para las obras que se encuentran en los museos de arte y colecciones personales, o que se comercializan en las casas de subastas para captar grandes cifras. Sin embargo, esta perspectiva ignora la realidad de que la gran mayoría del arte no tiene tanto valor financiero, y que el arte de diferentes tipos rodea nuestros hogares, lugares de trabajo y medios de comunicación, por lo que está tan presente como el dinero que usamos a diario. Cuando los artistas contemporáneos eligen centrarse en su práctica en las representaciones del dinero, el comercio y la economía, no es sólo una posición crítica sino también una exploración de las representaciones de una “cosa” inherentemente conceptual que damos por sentado.
En “La desmaterialización del objeto de arte de 1966 a 1972”, la artista y escritora Lucy R. Lippard denominaría al advenimiento del arte conceptual como un punto de inflexión radical en el arte contemporáneo. No obstante, no debe ser visto como algo aislado de la estética. El arte conceptual fue acompañado, y de hecho respondió a una revolución más amplia que desmaterializó la información de todo tipo a través de los avances de la informática y la comunicación. La forma en que se utilizaba y circulaba el dinero fue una de las transformaciones más significativas de la época que impactó en la vida cotidiana. En concreto, en 1966 se estableció el uso de la tarjeta de crédito universal. No sólo comenzó a reemplazar al dinero en efectivo, sino que —y quizás más significativamente— aplazó los reembolsos hacia el futuro. Ya no era necesario tener dinero en la cuenta bancaria, o inclusive pedir un préstamo específico para poder gastar libremente hasta el día de la devolución. El espíritu del arte conceptual siguió la misma trayectoria. Sin un objeto, la obra de arte “vivía en la cabeza”, para parafrasear el título de la exposición seminal de arte conceptual de Harald Szeemann de 1967.
De hecho, el dinero es un objeto imaginario. Si bien valoramos mucho lo que tenemos, es una herramienta de intercambio. Incluso el dinero en sí mismo es sólo una “promesa”, un objeto intermediario para retrasar un intercambio directo entre cosas de diferentes valores. El dinero, desde el principio, es un retraso, un intersticio en el tiempo entre la adquisición y el gasto. La forma en que se representa a través de gráficos y símbolos, y cómo estos se relacionan con las experiencias, es una preocupación estética para los artistas.
El cheque firmado de Gabriel de la Mora no tiene ningún valor o, mejor dicho, sólo uno potencial que juega con la idea del valor de la obra de arte. Vender un cheque en blanco es en términos habituales un riesgo, ya que se da el poder del dinero propio a otra persona para que decida. La obra de De la Mora contiene una sutil indicación de este libro abierto ficticio, y en un entrelazamiento de dinero y persona, la firma está cuidadosamente formada por un cabello humano.
Los espectáculos de títeres y videos de Pedro Reyes de la serie Baby Marx han explorado de manera humorística las influencias de la economía dentro de la política y el pensamiento contemporáneos. Como figura fundacional de la economía, Karl Marx se esforzó por crear las condiciones para derrocar la desigualdad producida por el capitalismo. Otros pensadores, como Adam Smith —con quien el bebé Marx de Reyes debate en una de las primeras entregas de la serie—, vio el capitalismo como un gran nivelador.
La intención es que estos conceptos abstractos sean más tangibles, comprensibles incluso para los niños y también constituyan una caricatura crítica y satírica de cómo el dinero da forma a nuestras vidas. El episodio más reciente, Los robots no lloran (2018) se centró en asuntos modernos y actuales. Los personajes incluían a Donald Trump y Ayn Rand entre sus titiriteros. Rand fue autora de novelas como Atlas Shrugged (1957) [La rebelión de Atlas, en español] una prosa modernista que ha sido adoptada por los políticos del libre mercado para su celebración de la riqueza y el liberalismo desde los años 80 hasta el presente, precursora de la ideología de Trump.
Con la ayuda de estas referencias y representaciones de la economía, los artistas contemporáneos han ampliado su idea de lo que constituyen los paisajes de hoy más allá de lo físico. Sin embargo, hay un precedente de tales representaciones en el arte. Entre los ejemplos más notables se encuentra el retrato de Thomas Gainsborough del Sr. y la Sra. Andrews (1750), acaudalados terratenientes que se sientan en un paisaje que muestra los entonces nuevos límites de la tierra, en el marco de una revolución agrícola y económica en la Europa del siglo XVII. Otro ejemplo es la obra maestra de Holbein, Los embajadores (1533), en donde ellos están de pie ante una mesa llena de símbolos de riqueza comprados gracias al comercio mundial. Por lo tanto, la tradición del arte que representa el capital es parte de la historia del arte tanto como su presente. No obstante, lo que ha cambiado es que los sistemas económicos han pasado de estar integrados en el paisaje a circular como conceptos mediante símbolos intangibles.
Texto: Kit Hammonds, curador en jefe